Entrevista con Carlos Fuentes


La frontera invisible (fragmento)

Por Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo
En homenaje al narrador y ensayista mexicano recientemente desaparecido (15 de mayo de 2012), publicamos un fragmento de la entrevista concedida a la revista Común Presencia durante una de sus visitas a Colombia, siendo notable su cambio de opinión difundido durante los últimos años, con respecto a la legalización de la droga y al Tratado de Libre Comercio de su país con Estados Unidos.
El divorcio entre sueño y realidad, la catástrofe que no accede a ser tragedia, la invasión de los imperios acometida por los pueblos marginales, la universalidad de la tecnología y la violencia, son aquí enfrentados con el rigor que siempre ha caracterizado a esta figura de las letras contemporáneas. La conversación está publicada en su totalidad en el libro Grandes entrevistas de Común Presencia, “Premio Literaturas del Bicentenario 2010” y disponible en las librerías colombianas y en Amazon.com.

* * *
Lo conocimos en 1993 bajo los acordes del himno nacional mexicano que sonaban previos a una rueda de prensa programada por las autoridades culturales de su país durante una de sus promocionadas visitas a Colombia.
Carlos Fuentes luego de un breve saludo al público anunció: «Como suelo hacerlo en cada escenario del mundo a donde asisto, concedo la primera pregunta a un periodista mexicano, en este caso a María Cortina corresponsal de guerra, que esta tarde se encuentra entre nosotros».
Después de un colectivo interrogatorio que se extendió por cincuenta minutos, regido por periodistas de cinco países, fuimos presentados dentro del homenaje que se le brindaba y en el que no faltaron las botanas de tacos y los tradicionales Herradura de agave azul, que serían decisivos en el instante de perpetrar la entrevista aquí publicada. Indeciso al comienzo ante nuestra súbita propuesta, Carlos Fuentes quedó persuadido cuando conversamos sobre esa profunda veta poética que nos atrapaba en algunas de sus piezas magistrales como «Chac Mool», «Un alma pura» y sobre todo «Muñeca reina» con su conmovedor personaje de Amilamia, que parecía el melancólico retrato de uno de sus grandes amores juveniles. «Casi nadie pregunta por mis cuentos», dijo eufórico a manera de aceptación. La entrevista quedó concertada para el día siguiente en el lobby del hotel del norte de Bogotá donde estaba hospedado.
Muy temprano y a la hora prevista, lo encontramos buscando en el periódico noticias referentes a su evento de la noche anterior. Después del saludo, y sin preámbulo, abordamos el controvertido tema de la legalización de la droga, de vital importancia para toda nuestra América Latina, y su respuesta fue tan imprevisible que todavía nos asombra: «Yo entiendo a los gobiernos que en su misión paternal hacia la juventud crean diques penales para evitar su consumo y pienso que la idea de la legalización es bastante arriesgada porque se generalizaría su sombra y la población sufriría una nociva metástasis».
Sin dudarlo le respondimos que un mes antes el poeta Octavio Paz —a quien criticaran tanto los intelectuales de izquierda— en una entrevista que le realizáramos en Ciudad de México, se había mostrado categóricamente a favor de su legalización, mientras que él prefería ser más cauteloso. Fuentes dijo de manera concluyente que su posición era esa y que sin embargo respetaba la ligera declaración de Octavio Paz al respecto.
—¿Cómo sobrevivieron anoche a la invasión mexicana? —preguntó para orientar la conversación a aguas sosegadas—. No sabía que en Colombia el tequila despertara tanta pasión. Esta bebida extraordinaria, proveniente de la “planta vivaz”, como consta en el diccionario de la Real Academia, activa la palabra y el recuerdo... ¿Por qué no escribir una fenomenología de este licor?
—También aquí despierta fanatismo Emiliano Zapata y claro, José Alfredo Jiménez… —comentamos—. Y a propósito de este compositor, ¿por qué en La muerte de Artemio Cruz, el epígrafe inaugural de su novela: «La vida no vale nada, nada vale la vida», aparece sin autoría, y está simplemente firmado como “cantante popular”?
—Cuando escribí esa obra no me pareció pertinente mencionar en el preludio a ese febril cantautor que había devorado nuestro imaginario. Su talento permeó la noche, la intimidad, todos los recodos de nuestra región más transparente y nuestras zonas sagradas… —respondió otra vez evasivo.
—«Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México D.F. Esto no es grave. En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta. Afrenta, esta sangre que me punza como filo de maguey. Afrenta, mi parálisis desenfrenada que todas las auroras tiñe de coágulos. Y mi eterno salto mortal hacia mañana»— así comienza La región más transparente—. Insistamos aquí en la idea fundamental de ese párrafo: ¿si en México no hay tragedia, es porque hay tan solo melodrama…?
—Afrenta, nostalgia insaciable, discordia parásita… Es un padecimiento generalizado en toda América Latina.
Usted ha dicho que el melodrama es la comedia sin humor, ¿pero la tragedia... tan soñada por Steiner y por su querido Domenach, podrá asistir nuevamente al hombre con toda su lucidez?
—Yo sé que es difícil, porque el melodrama y el progreso están íntimamente relacionados. Desde el momento en que el cristianismo transformó al mundo antiguo, lo convulsionó diciendo que era posible alcanzar la felicidad en el más allá y que la historia se desarrollaba en forma lineal a partir de la caída. ¿Cuál caída? Yo creo que Eva nos redimió. Eva no cayó, ascendió, pero en la concepción histórica del cristianismo, las cosas se desarrollan linealmente a partir de la creación, la caída, la redención por Cristo y finalmente el Juicio Final, la recompensa de los buenos y la condenación eterna de los malos. Es una visión muy melodramática, muy maniquea que en el siglo XVIII se polariza. Así la felicidad sólo es posible a través del progreso lineal, dirigido siempre hacia el futuro.
Pero ahora que el crimen o la afrenta se han opuesto irreconciliablemente a lo trágico...
—Las llamadas tragedias del siglo XX nos han demostrado la falsedad de esta visión ultra optimista del progreso y la perfectibilidad humana en ascenso perpetuo. Nietzsche advirtió que la historia y la felicidad rara vez coinciden, y el siglo XX se encargó de demostrarlo. Pero como perdimos la cultura trágica de la antigüedad, no supimos responder a la historia del siglo XX, sino con el crimen. Auschwitz y el Gulag son crímenes más que tragedias. No sé si podamos en el siglo XXI reestructurar un sentido trágico de la vida, un sentido de valores en tensión, valores opuestos pero en tensión, nutriéndose unos a los otros, para que a través del fenómeno colectivo llamado por los griegos la Catarsis, sea posible creo, limpiarse de la derrota, reconstruir un mundo nuevo.
¿O un mundo antiguo, alterno, múltiple, que rectifique la traición del tiempo lineal que usted denuncia y sus maniqueísmos?
—No sé si vayamos a hacer esto en un mundo tan difícil como el que nos ha tocado, en el que la simplicidad maniquea de la Guerra Fría, dos ideologías, dos naciones en pugna y el resto del planeta afiliado a uno u otro bando, ha sido sustituido por todo aquello que la Guerra Fría ocultaba: la pluralidad de culturas, la multiplicidad de etnias... Y ahora al sentirse los pueblos desamparados, fuera de las dos ideologías nucleares, han tenido que recurrir a nuevas alianzas, a nuevas formas de afectividad y de reunión, que se llaman: familia, nación, religión, cultura, etc... Lo cual explica en gran medida, la fragmentación que estamos viviendo en el mundo actual. ¿Qué se va a recomponer a partir de eso? Es imposible adivinarlo. Puede nacer una cultura trágica en la que los opuestos no se aniquilen, no se excluyan; sino que acaben por operar una síntesis creativa, una síntesis de valores. Eso está por verse en el siglo XXI.
—La tentativa de cautivar el fluir, el transcurso, la historia, para esencialmente enunciar la libertad y la prisión implícitas en una frase englobante, lo condujo a titular el conjunto de sus novelas: La edad del tiempo…
—En ese título general los términos se complementan hasta hacerse rotundos. Se patentiza un problema esencial: el tiempo, sus grandes acertijos, su extrema máscara de la muerte, y la misteriosa venganza acometida por el artista para burlar sus valores inexorables... El nuestro ha sido un siglo que ha realzado esa problemática original desde diversos ángulos, en obras como la de Heidegger cuando se interroga: «¿Se revela el tiempo también horizonte del Ser?»).
—Y también en la de Proust cuando afirma: «Una hora no es sólo una hora, es un vaso lleno de perfumes, de sonidos, de proyectos y de climas».
—O la bella visión de Broch sobre el transcurrir: «Participo de la creación en el recuerdo».
—«Memoria del futuro y predicción del pasado», es su definición de Alejo Carpentier, pero en realidad ¿no expresaría esta fórmula su propia obra?
—Yo poseo una concepción del tiempo que convierte el pasado en memoria. La vida auténtica del pasado es la memoria y la vida auténtica del futuro es el deseo. Yo lo que quiero medir, lo que quiero calibrar, es la intensidad de la memoria hoy, y la del deseo hoy; más que empeñarme en alcanzar un futuro inalcanzable que ha sido uno de los grandes dramas de la modernidad: proponer un porvenir por definición inalcanzable. Cuando hablamos de los valores de la tragedia, hay que admitir que muchas de las cosas que más deseamos, que más anhelamos, no las alcanzamos nunca. Pero ese fracaso es valioso. Lo que vale quizás es la lucha. Yo no sé si existe la libertad, por ejemplo; si se puede alcanzar la libertad plena, pero sé que la lucha por la libertad vale la pena. Esto sí constituye un valor vital, un valor de la existencia, aun cuando se fracase en el empeño de conseguirlo.
—Los mitos aztecas, la Revolución Mexicana, el descubrimiento y la conquista de América, obsesionan su reflexión. Hace 500 años nos enfrentamos intensamente al problema del otro, a las conjeturas propuestas por la identidad, que pronto dejaron testimonio en el arte americano de la colonia…
Desde Colón (inventor de ese subgénero literario conocido como Realismo Mágico Latinoamericano), América ha vivido del divorcio entre sueño y realidad. Esto puede evidenciarse en el arte colonial. En nuestro continente, el barroco fue algo más que en Europa, fue una respuesta a preguntas esenciales: ¿Cuál es nuestro lugar en el mundo?, ¿a quién le debemos complicidad o alianza?, ¿a quién debemos orarle, a nuestros viejos dioses, o a los nuevos? Nada expresó mejor la ambigüedad de estas preguntas que el arte del barroco americano. El barroco, un arte mudable, como la imagen misma del tiempo, espejo en el que vemos nuestra identidad en cambio constante.
—¿Cree que el asombro del encuentro, y las relaciones de poder surgidas durante la Conquista y la Colonia se reproducen todavía en forma extensiva, obligando a diversas comunidades a migrar a países desarrollados, en un desgarrador exilio?
—Sin duda, y aún no estamos preparados para aceptar aquel mestizaje sin precedentes, que se está reproduciendo en este momento entre la llamada «aldea global» y las «aldeas locales».
—¿Usted postula la venganza de los pueblos marginales como una invasión hacia dentro, que se está realizando actualmente a lo largo del planeta?
Sí, el mundo está tan integrado que el movimiento de pueblos está en permanente aumento, y va a crecer día a día, y a poner a prueba la capacidad de asimilación y tolerancia de todas las sociedades, pero sobre todo la de las sociedades altamente desarrolladas del Occidente, que durante cinco siglos, pasearon impunemente sus valores políticos, económicos y culturales, por el resto del planeta, imponiéndolos a todo el mundo; y hoy no quieren aceptar que sean los pueblos de la periferia los que vayan hacia el centro, aportando su presencia, su trabajo, pero también su cultura, su religión, su cocina, su lengua, a las antiguas metrópolis del Occidente... Porque si hay comunicación instantánea habrá también migración instantánea, ya no en carabela sino en jet; y no podemos olvidar que toda frontera es invisible a pesar de que los políticos quieran hacerlas de alambre electrificado. Por eso sólo nos queda esperar que el inmigrante moderno encuentre su padre Bartolomé de las Casas, y sea defendido por su Francisco de Vitoria […]

Carlos Fuentes nació en Ciudad de Panamá en 1928 y se crió en varios países americanos, a causa de la profesión diplomática de su padre. Desde 1944 reside en México. En 1955 fundó la Revista Mexicana de Literatura, junto con Octavio Paz y Emmanuel de Carballo.
Publicó más de cincuenta obras (narrativa, ensayo, teatro, guiones para cine y libretos para ópera) entre las que resaltamos: Los días enmascarados (1954), Las buenas conciencias (1959), La muerte de Artemio Cruz (1962), La región más transparente (1958), Zona sagrada (1967), Cambio de piel (1967), Terra Nostra (1975), Agua quemada (1981), Gringo viejo (1985), Cristóbal Nonato (1987), El tuerto es rey (1971), Orquídeas a la luz de la luna (1982), El espejo enterrado (1992), El naranjo (1993), Diana o la cazadora solitaria (1994), La frontera de cristal (1995), Retratos en el tiempo (2000), y Adán en Edén (2009).
Le fueron otorgados los premios Biblioteca Breve (Barcelona, 1967); Rómulo Gallegos (Caracas, 1977); Alfonso Reyes (México, 1979); Nacional de Literatura (México, 1984); Cervantes (Madrid, 1987); y Premio Internacional Don Quijote de la Mancha (2008).