Tañido de la estrella (Capítulo 2)
(Evocando a Nalu)
¿Fuiste
presencia? ¿En realidad fuiste presencia en aquella orilla de los años donde mi
mano te tocó y las noches se poblaron de tus murmullos y tus gestos, de tus
apariciones y reproches, de nuestros monólogos y melancolías?
Habitaste
un espacio irrepetible. La gravedad del tiempo. El ayer y el antes y el futuro.
Sostuviste el rostro conocido, el perdido, el imaginado, el imposible. Tú,
rostro de todos los rostros y único, ese que ahora se me desdibuja en la niebla
de la memoria que a trozos te devuelve. Primera y última libertad en el ambiguo
silencio donde fue hundiéndose allá lejos la alegría y el corazón siguió la
ruta del regreso, el hábito del recuerdo, la búsqueda, hora tras hora, de la
corriente que te trajo y luego te llevó como un mal aire que nos asalta para el
robo nocturno.
Ahora
eres la nostalgia. ¡Ay! la estrella temblorosa que habita un cielo inexistente
mientras te despliegas como un paisaje en la transparencia de la tarde, para
surgir cernido al lento caminar de los años. A este reflejo unívoco de los
años. A los años mismos con su vacío y su desesperanza. Desesperanza de ti, de
lo que fuiste y dejaste de ser, de lo que el corazón quiso. Humano vacío que
nos va dejando la marejada del tiempo, porque eres eso Nalu, un hilo flotante
amarrado a esta quietud que se arredra como un barquero que no quiere desatar
la nave porque posee el presentimiento del naufragio. Y una y otra vez, en la
infinita sucesión de los días, y una y otra y mil veces en el duermevela de las
noches, en el definitivo agujero de la imaginación, multiplicado y solitario,
resplandeciente y oscuro, fugaz y permanente, vas acercándote a la inmensidad,
a la caída y al sosiego, a lo carente de centro y a su centro. Vas caminando con
mis pasos como mi tercer pie, como mi ojo ulterior, como esa palabra que se
fuga y permanece impronunciable rumor adentro, disuelto y propicio, proyectado
como una sombra, como un grito, como esa incertidumbre de desaparición con su
carga de angustia, como ese deseo de transparencia, pero de tangibilidad.
Siempre aquí, a mi lado, música difusa, círculo en el viraje de los rostros,
huella iluminada en la última metáfora o el primer sol que se hundió en la
infancia, árbol mil veces visto y desconocido. Rama intacta y quebrada, sombra
de pájaro que un día desplegó su vuelo y permanece sombra. Y prosigues, camino
recorrido y soñado, gesto que me robó la risa cuando no tuve como expiar tu
presencia en la ventana, monólogo de los relojes en la ardua travesía del
tiempo. Mientras que yo, olvidada del todo, de la forma, del sonido, movilidad
y angustia, voluble, grávida, convexa, transito el lindero del sueño por este
camino de hojas donde veníamos llenos de estrellas, y continúo buscándote, más
allá de la luz vertiginosa, más allá de los fragmentos del alma en la invisible
forma de los días, más allá de la unidad y la nostalgia, a ti, doble
presentimiento, dulzura muda de no ser, blanca y mortal oscuridad que me ha
quedado en la estrecha callecita del corazón de entonces, mientras un pájaro
espantado en la noche avanza, trae el bullicio de los seres, de los astros, de
los animales, y surge el murmullo sutil de la hierba, de las lejanas hojas en
ventisca que portan un recuerdo. Se alzan voces inteligibles. Me alcanzan
lenguajes de otros mundos, traduzco el rugido del viento que no oyes, el
lenguaje de la piedra que gira. Todo, todo se va aposentando en un recodo donde
las venas abren sus múltiples caminos para acercarnos a la nada Nalu, esa
extraña memoria que se busca perdiéndonos, esa fugitiva marea de los tiempos,
esa blanca forma de olvido bajo el destino profundo de las horas. Hay demasiada
oscuridad. Déjame hallarte...